domingo, 21 de octubre de 2012

#CAPÍTULO I: Furia y Dolor [2]


—Madre me dijo que probablemente estarías aquí, y tenía razón —dijo la voz de mi hermano, pillándome desprevenida.

Yo levanté la vista de la cincha que ajustaba. Mi hermano se apareció frente a mí, a una prudencial distancia de la portezuela de la caballeriza. Le tenía pavor a los animales.

Silver piafó y relinchó en respuesta al miedo que percibía en Wendell. Una humareda de polvo y de paja surgió entre nuestros píes.

Los animales olían el temor y la constancia de él les inquietaba y les originaba una instintiva desconfianza. Yo di unas palmadas en el carrillo del corcel y susurré contra su oreja.

—Shhh, tonto. Solo es Wendell.

Silver fue calmándose poco a poco, aunque seguía con sus ojos enormes y negros fijos en la figura de mi hermano, vigilándolo.

—Ojalá fuera como tú —musitó mi hermano mientras me contemplaba ponerle el bocado a Silver.

Una vez lo hube ensillado del todo, abrí la cuadra y tiré de las riendas del caballo, guiándolo al exterior a través de un largo pasillo definido por sendas hileras de cubículos estrechos donde dormían las monturas. Fuera me recibió un cielo donde danzaba la última llamarada de luz. La noche se acercaba, rápida y letal, y sus huestes desenvainaban sus armas y extinguían hasta el último destello, condenándonos a todos a una negra noche.

—Créeme; en estos momentos te gustaría estar en el pellejo de cualquiera menos en el mío —dije con sorna a mi hermano, que me había seguido al aire libre, si bien insistía en estar lejos de Silver—. Ya se está empezando a calcular las dimensiones de mi ataúd. —Mi tono era jovial y tranquilo. Pero no me sentía así en absoluto; estaba asustada, muy asustada. Aunque trataba de ocultarlo y dar una impresión relajada a los demás. Tal vez, mintiendo al resto del mundo lograría engañarme a mí misma, aunque fuera en menor medida.

Mi hermano no se río de mi broma, ni emuló mi fingido buen humor. En cambio, frunció el ceño y me observó con horror. Le parecía impensable que estuviera bromeando sobre algo que determinaba mi vida, o el final de la misma. Observé su hermoso rostro, tan idéntico al mío, aunque sus facciones rebosaban un atractivo varonil mientras que las míos habían sido “dibujadas por los mismos ángeles”, según convenían mis padres. Pero ambos compartíamos detalles físicos que nos caracterizaban. Reconocía en mí misma el cabello rubio ceniza de Wendell, su tez pálida y lisa, y sus ojos azules, como el recuerdo de un cielo estival. Además de eso, ambos éramos altos. Si bien él era mucho más grande que yo, yo seguía siendo más esbelta de lo que era habitual contemplar en una mujer.

—¿Cómo puedes reírte de algo así? —me reprendió Wendell, angustiado. Y enseguida me sentí culpable por tener tan poca consideración hacia la falta que él sentiría al marcharme.

Lo miré tratando de transmitirle lo que las palabras no podrían expresar mejor. Éramos hermanos, y no solo eso: habíamos compartido vientre a la misma vez. Eso había tejido entre nosotros una conexión inquebrantable que nadie más en el mundo podía entender. No necesitaba más que una mirada para decirle todo lo que necesitaba que supiera: que yo también le echaría de menos, que yo también lo necesitaba, que a diario lucharía por volver junto a él, que no olvidara su propia voz y se impusiera sobre los que trataban de empequeñecerlo, que encontrara algo por lo que mereciera la pena aprender a luchar, que nunca dejaría de protegerlo, que lo quería muchísimo.

Él lo comprendió todo. Lo supe cuando sus ojos se abrillantaron por las lágrimas y su cabeza rubia se sometió a un leve asentimiento.

Salvé la distancia que nos separaba y lo estreché en un fuerte abrazo. Él al principio dudó un momento, mirando con suspicacia a Silver, que yacía tras de mí, atado a mis movimientos a través de las bridas. Pero Wendell pronto se rindió al abrazo, y me envolvió entre sus brazos en un largo y sentido gesto.

—Haz todo lo posible por regresar —me rogó con la voz enronquecida por la emoción.

—No es mi estilo rendirme sin prestar batalla.

—Lo sé, y por eso te admiro tanto.

Continuamos arropados por nuestro calor unos momentos más, hasta que al fin me obligué a deshacer el lazo. Si perdía el tiempo en despedidas eso sería lo único que podría ofrecerles a todas esas personas que amaba.

—¿Adónde irás ahora? —me preguntó Wendell, con el rostro asomando tras un velo de tristeza.
Suspiré.

—La única manera de empezar es buscando huellas que arrojen luz sobre el rumbo que tomar en mis pesquisas. Así que visitaré la región de Noireth y su fortaleza real.

—¿Tienes permiso para ello? —quiso saber mi hermano.

—Deben dejarme —repliqué por toda respuesta. Lo cierto es que no me había preocupado de solicitar un permiso para visitar la propiedad del rey Yarost, pero también era verdad que me parecía un procedimiento innecesario debido a su obvia necesidad.

—Yarost es uno de los hombres más impredecibles de los que he oído hablar —protestó mi hermano, sus ojos delataban la desaprobación que sentía hacia mí—. No me sorprendería que se indignara y te dificultara la misión…

—¿Atentar contra una empresa que tiene como único propósito beneficiarlo a él? —espeté con un bufido—. Es absurdo.

—Para algunos la violencia es el único modo de sobrellevar la rabia… Y él está iracundo como nunca antes. Se siente insultado por el mayúsculo agravio que ha sufrido… Imagínate lo que puede llegar a hacer si encima le sumas el impacto de tu osadía a su ya de por sí desfavorable estado de ánimo —reflexionó Wendell, exponiéndome su preocupación.

—Puede que tus predicciones no sean tan paranoicas —concedí yo, ya que en verdad veía como una posibilidad el hecho de que Yarost se indignara… Era un hombre peligroso por su impulsividad y ahora estaba especialmente susceptible. Sin embargo, me encogí de hombros y proseguí diciendo­—: Pero llevar a cabo las ceremonias adecuadas me retrasará demasiado, y mi vida no es algo insulso como para perder tiempo. He de tener un rumbo pasado mañana como muy tarde.

—Tal vez tengas un modo se garantizarte el éxito como investigadora sin tener que acceder a la conformidad del rey —aventuró Wendell.

Yo enarqué una ceja, algo incrédula.

—¿Qué quieres decir exactamente?

Él se encogió de hombros con fingida inocencia.

—Su bastardo reconocido se halla ahora mismo en Niassbeyl. En prisión. Tal vez puedas llegar a un acuerdo con él.

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