—Madre me dijo que probablemente estarías aquí,
y tenía razón —dijo la voz de mi hermano, pillándome desprevenida.
Yo levanté la vista de la cincha que ajustaba.
Mi hermano se apareció frente a mí, a una prudencial distancia de la portezuela
de la caballeriza. Le tenía pavor a los animales.
Silver piafó y relinchó en respuesta al miedo
que percibía en Wendell. Una humareda de polvo y de paja surgió entre nuestros
píes.
Los animales olían el temor y la constancia de
él les inquietaba y les originaba una instintiva desconfianza. Yo di unas
palmadas en el carrillo del corcel y susurré contra su oreja.
—Shhh, tonto. Solo es Wendell.
Silver fue calmándose poco a poco, aunque seguía
con sus ojos enormes y negros fijos en la figura de mi hermano, vigilándolo.
—Ojalá fuera como tú —musitó mi hermano mientras
me contemplaba ponerle el bocado a Silver.
Una vez lo hube ensillado del todo, abrí la
cuadra y tiré de las riendas del caballo, guiándolo al exterior a través de un
largo pasillo definido por sendas hileras de cubículos estrechos donde dormían
las monturas. Fuera me recibió un cielo donde danzaba la última llamarada de
luz. La noche se acercaba, rápida y letal, y sus huestes desenvainaban sus
armas y extinguían hasta el último destello, condenándonos a todos a una negra
noche.
—Créeme; en estos momentos te gustaría estar en
el pellejo de cualquiera menos en el mío —dije con sorna a mi hermano, que me
había seguido al aire libre, si bien insistía en estar lejos de Silver—. Ya se
está empezando a calcular las dimensiones de mi ataúd. —Mi tono era jovial y
tranquilo. Pero no me sentía así en absoluto; estaba asustada, muy asustada.
Aunque trataba de ocultarlo y dar una impresión relajada a los demás. Tal vez,
mintiendo al resto del mundo lograría engañarme a mí misma, aunque fuera en
menor medida.
Mi hermano no se río de mi broma, ni emuló mi
fingido buen humor. En cambio, frunció el ceño y me observó con horror. Le
parecía impensable que estuviera bromeando sobre algo que determinaba mi vida,
o el final de la misma. Observé su hermoso rostro, tan idéntico al mío, aunque
sus facciones rebosaban un atractivo varonil mientras que las míos habían sido
“dibujadas por los mismos ángeles”, según convenían mis padres. Pero ambos
compartíamos detalles físicos que nos caracterizaban. Reconocía en mí misma el
cabello rubio ceniza de Wendell, su tez pálida y lisa, y sus ojos azules, como
el recuerdo de un cielo estival. Además de eso, ambos éramos altos. Si bien él
era mucho más grande que yo, yo seguía siendo más esbelta de lo que era
habitual contemplar en una mujer.
—¿Cómo puedes reírte de algo así? —me reprendió
Wendell, angustiado. Y enseguida me sentí culpable por tener tan poca consideración
hacia la falta que él sentiría al marcharme.
Lo miré tratando de transmitirle lo que las
palabras no podrían expresar mejor. Éramos hermanos, y no solo eso: habíamos
compartido vientre a la misma vez. Eso había tejido entre nosotros una conexión
inquebrantable que nadie más en el mundo podía entender. No necesitaba más que
una mirada para decirle todo lo que necesitaba que supiera: que yo también le
echaría de menos, que yo también lo necesitaba, que a diario lucharía por
volver junto a él, que no olvidara su propia voz y se impusiera sobre los que
trataban de empequeñecerlo, que encontrara algo por lo que mereciera la pena
aprender a luchar, que nunca dejaría de protegerlo, que lo quería muchísimo.
Él lo comprendió todo. Lo supe cuando sus ojos se
abrillantaron por las lágrimas y su cabeza rubia se sometió a un leve
asentimiento.
Salvé la distancia que nos separaba y lo
estreché en un fuerte abrazo. Él al principio dudó un momento, mirando con
suspicacia a Silver, que yacía tras de mí, atado a mis movimientos a través de
las bridas. Pero Wendell pronto se rindió al abrazo, y me envolvió entre sus
brazos en un largo y sentido gesto.
—Haz todo lo posible por regresar —me rogó con
la voz enronquecida por la emoción.
—No es mi estilo rendirme sin prestar batalla.
—Lo sé, y por eso te admiro tanto.
Continuamos arropados por nuestro calor unos
momentos más, hasta que al fin me obligué a deshacer el lazo. Si perdía el
tiempo en despedidas eso sería lo único que podría ofrecerles a todas esas
personas que amaba.
—¿Adónde irás ahora? —me preguntó Wendell, con
el rostro asomando tras un velo de tristeza.
Suspiré.
—La única manera de empezar es buscando huellas
que arrojen luz sobre el rumbo que tomar en mis pesquisas. Así que visitaré la
región de Noireth y su fortaleza real.
—¿Tienes permiso para ello? —quiso saber mi
hermano.
—Deben dejarme —repliqué por toda respuesta. Lo
cierto es que no me había preocupado de solicitar un permiso para visitar la
propiedad del rey Yarost, pero también era verdad que me parecía un
procedimiento innecesario debido a su obvia necesidad.
—Yarost es uno de los hombres más impredecibles
de los que he oído hablar —protestó mi hermano, sus ojos delataban la
desaprobación que sentía hacia mí—. No me sorprendería que se indignara y te
dificultara la misión…
—¿Atentar contra una empresa que tiene como
único propósito beneficiarlo a él? —espeté con un bufido—. Es absurdo.
—Para algunos la violencia es el único modo de
sobrellevar la rabia… Y él está iracundo como nunca antes. Se siente insultado
por el mayúsculo agravio que ha sufrido… Imagínate lo que puede llegar a hacer
si encima le sumas el impacto de tu osadía a su ya de por sí desfavorable
estado de ánimo —reflexionó Wendell, exponiéndome su preocupación.
—Puede que tus predicciones no sean tan
paranoicas —concedí yo, ya que en verdad veía como una posibilidad el hecho de
que Yarost se indignara… Era un hombre peligroso por su impulsividad y ahora
estaba especialmente susceptible. Sin embargo, me encogí de hombros y proseguí
diciendo—: Pero llevar a cabo las ceremonias adecuadas me retrasará demasiado,
y mi vida no es algo insulso como para perder tiempo. He de tener un rumbo
pasado mañana como muy tarde.
—Tal vez tengas un modo se garantizarte el éxito
como investigadora sin tener que acceder a la conformidad del rey —aventuró Wendell.
Yo enarqué una ceja, algo incrédula.
—¿Qué quieres decir exactamente?
Él se encogió de hombros con fingida inocencia.
—Su bastardo reconocido se halla ahora mismo en
Niassbeyl. En prisión. Tal vez puedas llegar a un acuerdo con él.