domingo, 21 de octubre de 2012

#CAPÍTULO I: Furia y Dolor [2]


—Madre me dijo que probablemente estarías aquí, y tenía razón —dijo la voz de mi hermano, pillándome desprevenida.

Yo levanté la vista de la cincha que ajustaba. Mi hermano se apareció frente a mí, a una prudencial distancia de la portezuela de la caballeriza. Le tenía pavor a los animales.

Silver piafó y relinchó en respuesta al miedo que percibía en Wendell. Una humareda de polvo y de paja surgió entre nuestros píes.

Los animales olían el temor y la constancia de él les inquietaba y les originaba una instintiva desconfianza. Yo di unas palmadas en el carrillo del corcel y susurré contra su oreja.

—Shhh, tonto. Solo es Wendell.

Silver fue calmándose poco a poco, aunque seguía con sus ojos enormes y negros fijos en la figura de mi hermano, vigilándolo.

—Ojalá fuera como tú —musitó mi hermano mientras me contemplaba ponerle el bocado a Silver.

Una vez lo hube ensillado del todo, abrí la cuadra y tiré de las riendas del caballo, guiándolo al exterior a través de un largo pasillo definido por sendas hileras de cubículos estrechos donde dormían las monturas. Fuera me recibió un cielo donde danzaba la última llamarada de luz. La noche se acercaba, rápida y letal, y sus huestes desenvainaban sus armas y extinguían hasta el último destello, condenándonos a todos a una negra noche.

—Créeme; en estos momentos te gustaría estar en el pellejo de cualquiera menos en el mío —dije con sorna a mi hermano, que me había seguido al aire libre, si bien insistía en estar lejos de Silver—. Ya se está empezando a calcular las dimensiones de mi ataúd. —Mi tono era jovial y tranquilo. Pero no me sentía así en absoluto; estaba asustada, muy asustada. Aunque trataba de ocultarlo y dar una impresión relajada a los demás. Tal vez, mintiendo al resto del mundo lograría engañarme a mí misma, aunque fuera en menor medida.

Mi hermano no se río de mi broma, ni emuló mi fingido buen humor. En cambio, frunció el ceño y me observó con horror. Le parecía impensable que estuviera bromeando sobre algo que determinaba mi vida, o el final de la misma. Observé su hermoso rostro, tan idéntico al mío, aunque sus facciones rebosaban un atractivo varonil mientras que las míos habían sido “dibujadas por los mismos ángeles”, según convenían mis padres. Pero ambos compartíamos detalles físicos que nos caracterizaban. Reconocía en mí misma el cabello rubio ceniza de Wendell, su tez pálida y lisa, y sus ojos azules, como el recuerdo de un cielo estival. Además de eso, ambos éramos altos. Si bien él era mucho más grande que yo, yo seguía siendo más esbelta de lo que era habitual contemplar en una mujer.

—¿Cómo puedes reírte de algo así? —me reprendió Wendell, angustiado. Y enseguida me sentí culpable por tener tan poca consideración hacia la falta que él sentiría al marcharme.

Lo miré tratando de transmitirle lo que las palabras no podrían expresar mejor. Éramos hermanos, y no solo eso: habíamos compartido vientre a la misma vez. Eso había tejido entre nosotros una conexión inquebrantable que nadie más en el mundo podía entender. No necesitaba más que una mirada para decirle todo lo que necesitaba que supiera: que yo también le echaría de menos, que yo también lo necesitaba, que a diario lucharía por volver junto a él, que no olvidara su propia voz y se impusiera sobre los que trataban de empequeñecerlo, que encontrara algo por lo que mereciera la pena aprender a luchar, que nunca dejaría de protegerlo, que lo quería muchísimo.

Él lo comprendió todo. Lo supe cuando sus ojos se abrillantaron por las lágrimas y su cabeza rubia se sometió a un leve asentimiento.

Salvé la distancia que nos separaba y lo estreché en un fuerte abrazo. Él al principio dudó un momento, mirando con suspicacia a Silver, que yacía tras de mí, atado a mis movimientos a través de las bridas. Pero Wendell pronto se rindió al abrazo, y me envolvió entre sus brazos en un largo y sentido gesto.

—Haz todo lo posible por regresar —me rogó con la voz enronquecida por la emoción.

—No es mi estilo rendirme sin prestar batalla.

—Lo sé, y por eso te admiro tanto.

Continuamos arropados por nuestro calor unos momentos más, hasta que al fin me obligué a deshacer el lazo. Si perdía el tiempo en despedidas eso sería lo único que podría ofrecerles a todas esas personas que amaba.

—¿Adónde irás ahora? —me preguntó Wendell, con el rostro asomando tras un velo de tristeza.
Suspiré.

—La única manera de empezar es buscando huellas que arrojen luz sobre el rumbo que tomar en mis pesquisas. Así que visitaré la región de Noireth y su fortaleza real.

—¿Tienes permiso para ello? —quiso saber mi hermano.

—Deben dejarme —repliqué por toda respuesta. Lo cierto es que no me había preocupado de solicitar un permiso para visitar la propiedad del rey Yarost, pero también era verdad que me parecía un procedimiento innecesario debido a su obvia necesidad.

—Yarost es uno de los hombres más impredecibles de los que he oído hablar —protestó mi hermano, sus ojos delataban la desaprobación que sentía hacia mí—. No me sorprendería que se indignara y te dificultara la misión…

—¿Atentar contra una empresa que tiene como único propósito beneficiarlo a él? —espeté con un bufido—. Es absurdo.

—Para algunos la violencia es el único modo de sobrellevar la rabia… Y él está iracundo como nunca antes. Se siente insultado por el mayúsculo agravio que ha sufrido… Imagínate lo que puede llegar a hacer si encima le sumas el impacto de tu osadía a su ya de por sí desfavorable estado de ánimo —reflexionó Wendell, exponiéndome su preocupación.

—Puede que tus predicciones no sean tan paranoicas —concedí yo, ya que en verdad veía como una posibilidad el hecho de que Yarost se indignara… Era un hombre peligroso por su impulsividad y ahora estaba especialmente susceptible. Sin embargo, me encogí de hombros y proseguí diciendo­—: Pero llevar a cabo las ceremonias adecuadas me retrasará demasiado, y mi vida no es algo insulso como para perder tiempo. He de tener un rumbo pasado mañana como muy tarde.

—Tal vez tengas un modo se garantizarte el éxito como investigadora sin tener que acceder a la conformidad del rey —aventuró Wendell.

Yo enarqué una ceja, algo incrédula.

—¿Qué quieres decir exactamente?

Él se encogió de hombros con fingida inocencia.

—Su bastardo reconocido se halla ahora mismo en Niassbeyl. En prisión. Tal vez puedas llegar a un acuerdo con él.

viernes, 19 de octubre de 2012

#CAPÍTULO I: Furia y Dolor [1]


—¡¿Qué has hecho, bastarda insensata?! —farfulló Magnus una vez en palacio, agarrándome del codo y conduciéndome al portalón que daba a sus aposentos privados. Despejó la entrada prácticamente de una patada, y la puerta vibró en sus chirriantes goznes. Me arrojó dentro de un vehemente empujón, y yo imité al mueble y temblé sobre mis pies, guardando el equilibrio por muy poco.

—¡Magnus, haz el favor de calmarte! —suplicaba mi madre tras él, ya que nos había seguido por todo el castillo con paso apresurado, abochornada por el espectáculo que su marido montaba en su estado de cólera apaleándome como a un vulgar cachorro travieso—. Y deja de maltratar el mobiliario; no tenemos fondos para reparar nada.

Mi padre gruñó algo ininteligible en su dirección, pero su atención se concentró en mí inmediatamente. Sus ojos negros se estrecharon hasta ser dos rendijas que dejaban escapar una furia que me alcanzaba pese a hallarme a dos metros de él.

Su esposa se arrimó a su espalda, y en un intento por infundirle tranquilidad posó sus pequeñas manos en sus anchos hombros, friccionándolas contra su cuerpo como en un masaje.

—Ya basta de tanto alboroto —rogó Anae, mirando a su marido con ojos implorantes y la desesperación cincelada en su rostro—. Ya no hay nada que hacer. No se puede evitar el destino.

—Esto no es cosa del destino —murmuró Magnus entre dientes, aún con sus ojos puestos en mí—. Esto es cosa de la estupidez de tu hija.

Yo apreté la mandíbula, emulando su furia nada más escuchar sus insultos. Si físicamente me asemejaba a la bella flor de rasgos angelicales que era mi madre, en cuestión de temperamento era igual que mi padre. Ambos nos encolerizábamos con suma facilidad, nos dominaban los instintos más salvajes y primitivos, y ninguno de los dos tolerábamos bien que se dudara de nuestras capacidades, tanto físicas como mentales. Respondíamos a los ataques con afiladas palabras, y sabíamos ser hirientes tanto con la dicción como con la espada.

Los dos éramos casi dos gotas de agua, pero en vez de que este hecho nos uniese, la esencia conflictiva de nuestro carácter hacía que chocásemos continuamente y nos enfrentáramos día sí y día también. Sin embargo, pese a los múltiples y constantes tropiezos, los dos éramos conscientes de que nos amábamos como nadie. Y por el hecho de que me quisiera tanto era que estaba tan enfadado y belicoso conmigo. No me perdonaba que en cierto modo lo hubiera traicionado, poniéndome en un peligro crucial y arriesgándome a hacerle experimentar el dolor de mi pérdida.

—Yo solo quería darle una oportunidad más a esta nación —rezongué a la defensiva—. La guerra civil nos habría devastado a todos, y los escombros que dejara no remontarían hasta pasados años, y siempre con la sombra de esa experiencia acechando el futuro de Niyunt.

—Maldita sea —rechinó mi padre—. Habría preferido sacrificar mi pellejo que enfrentarme a la incertidumbre de no saber si volveré a tenerte conmigo viva y con un largo futuro por delante. ¡Y lo sabes! —chilló, aunque ahora sus palabras tenían como origen el dolor, y no tanto la ira, cosa que desquebrajó mi propio armazón—. ¿Por qué no te detuviste? Me acercaste un poco más a la muerte con cada palabra que pronunciabas…

—Del mismo modo en que tú preferirías arriesgar tu vida que verme muerta, a mí me ocurre lo mismo; jamás habría permitido que ocuparas mi lugar.

Magnus sacudió la cabeza, apenado, y se desplazó por el salón de piedra gris hasta una de las pequeñas ventanas, apoyándose en el grueso y sobrio alfeizar.

—Tú tenías una vida entera por delante; yo ya estoy viejo y cansado —musitó en voz ronca y queda, con su vista clavada en un horizonte que adoptaba las galas del atardecer—. Considero que he sufrido suficiente como para ganarme el descanso eterno.

—Hablas de la muerte como si fuera una bendición —contemplé.

—No cabe duda de que no puede ser más difícil que vivir —respondió él.

—Pues no puedes permitírtelo —protesté con voz severa—. Mamá, Wendell y todo Niassbeyl te necesita. No puedes ser tan egoísta; has de quedarte y luchar por tu tierra, por tu familia, por el futuro de todos.

Él negó con la cabeza, aún perdido en las brumas de cuanto contemplaba.

—Tal vez lo que este reino necesite ya no pueda otorgárselo yo; tal vez necesite una brisa fresca como lo es la juventud —meditó en voz alta—. Sí —añadió con tono ausente—, mi tiempo ya ha pasado; mis esperanzas se desintegraron ya y mi energía se extingue. Ha llegado la hora de que una mano firme e ilusionada gobierne. Alguien con el espíritu a rebosar de optimismo, un espíritu que todavía los continuos fracasos no hayan dañado. Alguien con coraje. Alguien como tú, Astrid —pronunció  recalcando la penúltima palabra—, pero tú nos das la espalda y nos abandonas.

Mi enfado volvió a cobrar intensidad al oír su discurso.

—¡No te atrevas a culpabilizarme! —le advertí hecha una furia— El motivo de mi “decisión suicida”, como tu pretendes caracterizarlo, no es otro sino protegeros a todos. Y Niassbeyl no quedará solo tras mi partida; Wendell podrá gobernar después de ti.

—¡Wendell! —exclamó mi padre con un deje de incredulidad mezclada con burla—. Tu hermano es un inútil; jamás consideraría sentar en mi trono a ese cabeza de chorlito.

—Eres injusto con él —lo acusé.

—Sí, Wendell podría hacerlo bien —intervino mi madre, que había aguardado en medio de la sala en absoluto mutismo, pendiente de la discusión que manteníamos mi padre y yo y retorciéndose las manos con nerviosismo. Empero, no había podido contener su lengua cuando se trataba de respaldar a su hijo, por el cual sentía un profundo afecto que rayaba en el favoritismo. Pero no me importaba; de hecho me alegraba que el gran cariño de mi madre por él compensara el despiadado desprecio que mi padre le tenía y no trataba de ocultar. Yo adoraba a mi padre, pero algo que no le perdonaba era la falta de cortesía y tiento con el que trataba a mi hermano.

Pero tampoco podía condenarlo del todo. Lo cierto es que le faltaba poca razón en lo que respectaba a mi hermano. Wendell era un joven tranquilo y agradable, pero era un cobarde. Él y yo éramos mellizos, aunque mi padre siempre había sostenido que yo era el hombre de la familia, y él en cambio una niñita inútil y llorica. Aún recordaba todas aquellas veces en las que le había tenido que proteger durante la infancia, ya fuera de los demás niños de la corte, de una mísera araña o de el rugido de la tormenta. Incluso una severa reprimenda de cualquier adulto conseguía desatar sus lágrimas. Y aún a día de hoy seguía escondiéndose detrás de mí cada vez que mi padre le dirigía unas cuantas palabras, a la espera de que yo lo defendiera… Y así lo hacía, porque aunque la debilidad era algo que menospreciaba, en mi hermano era tolerable… Mi profundo amor por él lo pasaba por alto y no me impedía quererlo tanto como lo hacía.

—Lo único que podría dirigir él sería una orquesta de lágrimas —bramó mi padre, riéndose a continuación, encantado con su sentido del humor—. Ese muchacho no es hijo mío —renegó, enfatizando sus palabras con un gesto de negación de su cabeza—. La cobardía no es algo que defina a los Nightbell. Debió de ponerlo en tu vientre el demonio a fin de atormentarme —concluyó dirigiéndose a mi madre.

Anae guardó silencio, pero su semblante denotaba el pesar que le producía la opinión de su esposo en cuanto a su hermoso y adorado retoño.

—¡Es suficiente! —exclamé, zanjando el derrotero que mi padre se proponía emprender—. Ahora cuentas con Wendell para garantizar la supervivencia de Niassbeyl. Esa es la realidad. Así que en vez de quejarte, instrúyelo y haz de él un buen rey.

—¿Instruirlo? —interrogó Magnus lanzando una carcajada—. Tengo más esperanzas en enseñar a respirar aire a un pez.

—Desde luego jamás será un buen rey si es por tu apoyo —gruñí malhumorada—. Pero te ruego que lleves con discreción tu disgusto hacia él; si algún día asciende al trono nadie lo respetará si es manifiesta tu poca fe en su jurisdicción.

Mi padre adoptó una máscara seria. El silencio sobrevino un largo rato mientras me clavaba una mirada penetrante.

—Más vale que encuentres el condenado collar, Astrid.

Mi enfado se despejó, y tragué repetidas veces para deshacer el nudo que se iba formando en mi garganta.

—Lo intentaré hasta agotar todas mis fuerzas —prometí, devolviéndole una mirada decidida—. A diferencia de ti, la muerte no me resulta tentadora.

Él asintió desde su posición junto a la ventana, y yo tomé el gesto como un tácito permiso para abandonar la estancia. Cuando estaba a punto de cruzar la enorme puerta de madera, mi padre me regaló unas palabras que serían mi mayor fortaleza:

—Confío en ti, Astrid.

jueves, 4 de octubre de 2012

#PRÓLOGO [2]


Yo contemplaba la escena desesperada, y supe que la guerra nos destruiría a todos, en especial a mi gente. Y no podía permitirlo. Debía de haber una manera de eludir el campo de batalla…

<<Piensa, piensa, piensa>> me urdí mientras mis ojos me picaban por las lágrimas insistentes que amenazaban con encharcar mi mirada. Sentí mis manos, temblorosas, respondiendo a la angustia que me invadía mientras retorcían la falda de mi vestido. El tiempo se agotaba… La guerra estaba a punto de dar comienzo en aquel mismo salón.

—¡Basta! —grité poniéndome en píe, aún arraigada a las sombras. Mi voz sonó trémula y débil, falta de fuerza.

Me enfadé conmigo misma, pues odiaba la debilidad, y más en mí misma.

—¡BASTA! —volví a intentarlo, y esta vez mi voz sonó enérgica y autoritaria. Sin embargo solo conseguí que la gente que como yo se mantenía al margen como meros espectadores se girase sorprendida a mirarme. Sentí todos aquellos ojos clavados en mí, estupefactos, pero no era su atención la que necesitaba captar.

Me deshice del sudario de las sombras y avancé con paso firme y seguro hasta el centro que formaban las cuatro mesas reales.

—¡BASTA!

Pero de nada sirvió. Todos estaban demasiado implicados en la disputa como para interesarse por nada que no fuera desgarrar la garganta de los demás. Y por aquel momento todos habían desenvainado sus armas y la portaban con sed de sangre, aunque aún conservaban la prudencia de permanecer tras sus mesas. Sin embargo era una medida de cordura que pronto finalizaría.

Yo misma experimenté una tremenda rabia allí en medio, plantada entre todos aquellos patanes de mentes embotadas que no podían dejar de desearse la muerte, condenando así a todos los que habíamos confiado en ellos para protegernos.

Enfurecida, giré sobre mis talones, escudriñando mi alrededor en busca de una manera de captar la atención de todos. Finalmente se me ocurrió algo cuando reparé en el estoque envainado de uno de los capitanes de la guardia.

Me acerqué con paso rápido, aunque no tenía la necesidad de ser especialmente discreta puesto que todos estaban embebidos con la discordia. Con un ágil ademán robé la espada al oficial del pelotón de Dilyeth, quien permanecía con el cuerpo tenso observando cómo se desarrollaba la fiera discusión, luciendo un ceño fruncido y un rictus amargo en su boca. Cuando me descubrió desarmándolo ya era tarde; la espada estaba en mi poder y la aferraba con destreza, dirigiéndole una mirada de advertencia. Él parpadeó con sorpresa unos segundos, pero yo ya me había distanciado de él y había vuelto al centro.

Levanté el acero sobre mi cabeza, y con un grito gutural, la enarbolé dando un giro sobre mi misma y entrechocando con las espadas de los cuatro reyes. El estruendo que se formó resultó ensordecedor, pero cuando por fin bajé el arma y eche una ojeada al efecto que había causado mi espectáculo, vi que todos se habían recluido en el mutismo y me miraban con una sorpresa parecida a la que había mostrado el capitán de Dilyeth.

—Hija, ¿qué demon…? —comenzó a decir mi padre, pero yo le ignoré por entero y no le dejé acabar la pregunta.

—¡Basta! —repetí por cuarta vez. Esta vez no tuve que alzar mucho la voz, pues el silencio estaba de mi parte, tan solo roto por los lejanos murmullos de las sombras que asistían a la reunión.

—¿Qué os proponéis, princesa Astrid? —preguntó Nehir tratando de adoptar un tono afable.

—Me propongo evitar una guerra que sin duda nos perjudicará a todos —proclamé, paseando mis ojos por todos los rostros, arronjándoles una dura mirada.

—Astrid, te ordeno que abandones esta insens… —comenzó a gruñir mi padre, pero yo no lo escuchaba, y además no llegó a terminar de hablar, porque el rey de Noireth se le superpuso con otra pregunta.

—¿Y cómo prensáis hacer tal cosa? —inquirió Yarost con un deje de mofa.

—Me ofrezco voluntaria para encontrar la joya desaparecida —pregoné en voz alta y clara. Quería que mis palabras llegaran a todos los rincones—. Y también me comprometo a cargar con las consecuencias de mi fracaso. Dadme un plazo y tendré una respuesta.

—¡Astrid! —exclamó mi padre con voz autoritaria, ordenándome implícitamente callar y retornar a mi habitual pasividad.

Acallé esa alarma del cerebro acostumbrada a responder a las órdenes de mi progenitor. Esta vez no iba a dejar que me dominara.

Mis ojos se detuvieron sobre el rostro de Yarost. Ambos nos evaluamos con la mirada durante unos largos segundos, y al fin, el rey enarcó una de sus negras y pobladas cejas y en sus labios apareció una sonrisa que se desfiguró en una mueca cruel.

—¿Estaríais dispuesta a poner en juego vuestra vida? ¿Seríais capaz de cumplir una condena de muerte en caso de que no regresarais con mi reliquia?

—Sí —contesté con firmeza, desafiándolo a desacreditarme.

Él continuó con su atención fija en mí, tomando detalle de mi semblante adusto y decidido. Y finalmente se encogió de hombros y suspiró, sacudiendo la cabeza.

—En cualquier caso, ¿qué ganaríamos nosotros con tu muerte? —preguntó, haciendo referencia a él y a su familia—. No nos devolvería el colgante y no veo cómo compensaría la pérdid…

—Considero que una vida es equiparable o de más valor que una joya, por muy esplendorosa y ancestral que sea —atajé yo con dureza—. Y la pérdida de una hija supondrá para mi familia una aflicción igual o más grande que la vuestra por la reliquia.

Yarost meditó mis palabras unos momentos. Sus ojos se entrecerraron, como si tratara de vislumbrar el cuadro que yo había expuesto. Se retorció la perilla azabache con los dedos índice y pulgar, y finalmente su cara se iluminó de satisfacción. Ya había tomado una decisión.

—Aceptamos el trato, pues —proclamó, mirándome fijamente—. Tienes 21 días a partir de mañana al alba… Y hasta del atardecer del último día del plazo estipulado. Si me devuelves la joya vivirás; si no, morirás —casi canturreó mientras explicaba las normas, y una sonrisa que despertó todo mi desprecio se asomaba a sus labios—. En caso de burlarme y no volver… Bueno, la guerra estallará. —Sus ojos representaban la oscuridad más impenetrable en aquel momento; parecían umbrales al averno deseosos de almas con las que llenar su vacío—. Y puedes imaginarte la magnitud de la desgracia que supondría para tus seres queridos.

domingo, 16 de septiembre de 2012

#PRÓLOGO [1]



La asamblea que mi padre había convocado a fin de evitar la guerra no marchaba bien. El ambiente estaba preñado de resentimiento y suspicacia, y todo el mundo miraba al prójimo como si decidiera descartarlo o añadirlo en su lista negra de posibles traidores.

—No es justo que se nos acuse a Niassbeyl de haber robado la joya —insistía mi padre, el rey Magnus—. Sobre todo sin respaldar esas erróneas suposiciones en pruebas físicas que nos señalen como sospechosos.

El monarca de Noireth -Yarost Blacksun-, la víctima de aquel robo, sacudía la cabeza repetidas veces, como si le parecieran insuficientes las razones expuestas y su pérdida justificara la posibilidad de equivocarse en sus acusaciones. Él era un hombre conocido por sus continuos arranques coléricos, y en aquellos momentos sus manos ardían clamando la sangre de cualquiera que encajara en el perfil de culpable, lo fuera en verdad o no.

El viejo rey estaba sentado en la parte central una mesa de madera destinada a los miembros más destacados de su corte, y en esos momentos la ocupaban sus hijos, el príncipe heredero Morker, y el príncipe Lux; y también su consejero real, el capitán de su guardia y  los tres señores feudales de su territorio.

—Yo necesito un responsable; ya mismo —bramó el caudillo de los Blacksun—. Necesito una pista sobre la que emprender la búsqueda de lo que me pertenece.

—¿Y vais a condenar a un inocente en tu sed de venganza? —preguntó mi padre desde su propia mesa. Yo debería estar a su lado como la princesa heredera que era, pero mi condición de mujer me invalidaba para este tipo de reuniones. Solo tenía permiso para escuchar sentada a la sombra en uno de los bancos que rodeaban las cuatro mesas dispuestas en un perfecto cuadrado en el centro de la amplia estancia, donde los miembros más simbólicos de los cuatro reinos discutían acaloradamente.

—Vamos Magnus —intervino Grub, el rey de Sweviaw—. No parece haber más motivo que la necesidad de riqueza, y aquí todos sabemos que vuestro reino está en una preocupante escasez… Todo os apunta a vos como el responsable de esta desgracia.

Yo me mordí la lengua, y reprimí la vehemente protesta que me escocía en la garganta y pugnaba por hacerse pública. Pero no así privé a mis ojos de entrecerrarse en una mirada envenenada, aunque el objeto de mi ira no la interceptó.

—Bien es cierto que mi reino no se halla en su mejor momento, pero nuestra honradez sí, y ni siquiera la miseria más baja conseguiría arrebatárnosla. Doy fe de ello —se defendió mi padre, esforzándose por no emular el tono acalorado de los demás y manteniéndose en una serena calma. Solamente yo, que lo conocía bien, era consciente de la irritación que florecía en él poco a poco, y el indicio de ello era una vena de la sien que lucía hinchada y palpitante.

­—¿Y se supone que debemos fiarnos de tu “honradez”? ¿Y qué hay de la de tu familia y tus gentes? —se mofó Gurb, dando a entender que podía llegar a creer en la inocencia de mi padre, pero eso no nos incluía al resto de Niassbeyl.

Mi padre no pudo reprimir más la rabia que bullía en su pecho. Descargó uno de sus gruesos puños sobre la mesa, abollando la madera. Se levantó de su silla, tirándola al suelo del impulso, y su mirada oscura calcinó al monarca de Sweviaw.

—Mis ciudadanos comprenden bien que la mejor riqueza que poseen es la dignidad, y no la mancillarían en aras de robar a un vecino; más aún a riesgo de provocar una guerra cuyas consecuencias pagarían con su vida —espetó entre dientes.

—¿Por qué en vez de acusarnos los unos a los otros no investigamos el castillo Blacksun y tratamos de rescatar huellas que puedan esclarecer el asunto? Nos estamos comportando como… —pero Nehir, el regidor de Dilyeth y el más pacífico de los cuatro reyes, no llegó a acabar su frase, ya que los otros tres comenzaron a discutir acaloradamente, alzando las voces, golpeando lo más próximo que tenían y descargando su ira a través de miradas fulminantes.

—¡Tal vez seas tú el asqueroso ladrón! —Vociferaba mi padre a Grub en aquel momento—. ¡Tal vez insistes en achacarme el robo con tanta vehemencia para desviar la atención de tu persona, el verdadero bandido!

—¡Cómo osas, maldito filibustero! —exclamó Grub en defensa, mostrándose indignado—. ¡Mis gentes son ricos en finanzas y moral! ¡No tienen la necesidad ni las inclinaciones de carácter necesarias para llevar a cabo tan ruin acto! ¡Tú en cambio llevas escrito “sucio saqueador” en la frente!

—¡Basta,basta! —intercedió Yarost, aportando su propio grado de furia y caldeando aún más el ambiente—. ¡Dejad de bramar, pues aquí el único que ha perdido soy yo, malditos bastardos! ¡Qué desgracia para mí haber confiado en vuestra honradez ayer noche y haberos invitado al baile real en mi castillo en honor al cumpleaños de mi hijo Morker¡ ¡Y que se me haya devuelto tamaña cortesía robándome en mi propia casa, ante mis propias narices! —clamó indignado, rechinando los dientes hasta hacerlos entonar una escalofriante tonadilla—. ¡El culpable será castigado, y la lección será tan brutal que será narrada de boca en boca hasta que el más miserable de los maleantes tema el alcance de mi ira y yo sea respetado como es debido! ¡Pagará el traidor, ya lo creo! ¡Con su sangre pienso llenar dos barriles con los que llenaré las copas de los asistentes a su funeral! ¡Y todo el mundo recordará lo descorazonado que puedo llegar a ser si me ultrajan!

La discusión incrementó, y las acusaciones dieron paso a las amenazas. Todos se desgañitaban arrojándose injurias y provocaciones, y a todos les escocían las manos por empuñar las armas y resolver el asunto a viva fuerza… Así lo revelaban las manos que, guiadas por la emoción del momento, revoloteaban sobre las vainas de sus espadas. Y de hecho, Yarost, el más impulsivo y iracundo de todos, llegó a desenfundar su acero, apuntando con su filo a los tres monarcas restantes y mirándolos con indistintos ojos llameantes y exhibiendo unos dientes tan apretados que parecía que fueran a rompérsele de un momento a otro.

Yo contemplaba la escena desesperada, y supe que la guerra nos destruiría a todos, en especial a mi gente. Y no podía permitirlo. Debía de haber una manera de eludir el campo de batalla…

martes, 11 de septiembre de 2012

#PERSONAJES

#ASTRID NIGHTBELL:

*Imagen:



*Descripción psicológica: Vivaz, orgullosa, fuerte, luchadora, obstinada. Generosa, valiente, sacrificada.
*Ciudad natal y residencial: Reino de Niassbeyl
*Ocupación: Princesa heredera
*Talentos: Es buena navegante; es bastante diestra con la espada; es serena y sabe guardar la calma en los momentos de tensión. Mucha fortaleza.
*Hermanos: Sí, un mellizo llamado Wendell.
*Mejor cualidad: Coraje
*Peor defecto: Rencorosa
*Motivaciones: Que el resto de la gente la valore a ella y a su familia. Quiere ganarse el respeto y el reconocimiento de los demás.
*Miedos: La humillación, la mediocridad.
*Qué le gustaría cambiar: La inferioridad achacada a su familia.
*Le asustan: Los sentimientos y el poder de éstos.
*Le hace feliz: El mar, medir sus habilidades, la aventura, la sensación de volar subida a un mástil en algún navío.
*Frase: “Solo nosotros podemos cambiar las cosas que nos conciernen… Nosotros y el destino. Yo me ocuparé de luchar por ganarme el escaño que merezco en la vida, y si el destino me presta batalla, pelearé y ganaré”




#ROBYN FITZROY:

*Imagen:


*Descripción psicológica: Rebelde, aventurero, algo soñador. Bravo, audaz y listo. No tolera más normas que las suyas propias; no concibe una vida con límites, ni siquiera los que impone la muerte.
*Ciudad natal y residencial: Reino de Noireth
*Ocupación: Aprendiz de caballero. Es hijo ilegítimo reconocido del rey.
*Talentos: Es muy buen espadachín, tiene espíritu de líder, monta muy bien a caballo, y es muy persuasivo. Tiene una personalidad magnética que le ayuda a salirse con la suya.
*Hermanos: Dos hermanastros: uno el heredero del rey (Morker Blacksun) con el que se lleva muy mal; y el otro el príncipe (Lux Blacksun), con el que tiene una amistosa relación.
*Mejor cualidad: Su encanto natural.
*Peor defecto: Su impetuosidad impulsiva
*Motivaciones: La vida misma. Adora sentir y vivir aventuras.
*Miedos: La rutina, las ataduras sociales.
*Qué le gustaría cambiar: Nada. Es feliz con su situación actual…Aunque tal vez le habrá gustado llevarse mejor con Morker.
*Le hace feliz: Escaparse de sus obligaciones, vivir con el único propósito de disfrutar, la tranquilidad limitada (siempre desea acción), la belleza y descubrir valor en la gente.
*Frase: “La vida jamás debe ser planificada. La vida es una aventura, y hay que vivirla como tal. De otro modo, nos cerraríamos en una burbuja donde los verdaderos placeres, aquellos que solo conocen los más valientes, no podrían encontrarnos.”

#FICHA




Título: El talismán del destino
Autor: Lizzie Nightsin
Género: Juvenil Romántica / Fantasía / Aventuras
Sinopsis: 
Una reliquia de incalculable valor ha desaparecido en la corte de Noireth.

Los cuatro reinos que conforman el país de Niyunt se reúnen a fin de desenmascarar al autor del robo. La suerte no está de parte de Niassbeyl, reino donde la pobreza se agudiza a cada día y hecho que suscita sospechas contra ellos.

La cólera del rey agraviado es desaforada y amenaza con culminar en una guerra civil.

Pero la joven Astrid, princesa heredera de Niassbeyl, en un intento por mantener la paz, se ofrece voluntaria para emprender la búsqueda de la joya.

Para ello solo cuenta con 21 días, y la garantía de su propia muerte en caso de fracasar. Eso además de su coraje y la ayuda de un joven aprendiz de caballero llamado Robyn, cuya sed de aventuras lo arrastrarán a esta intrépida travesía marina.

Ambientación: Un lugar imaginado
Otros:

<<A quienes me preguntan la razón de mis viajes
Les contesto que sé bien de qué huyo pero que ignoro lo que busco>>
Michel Eyquem de Montaigne

<<Hay pasiones que la prudencia enciende,
Y que no existirían sin el riesgo que provocan>>
Jules Amédée Barbey d’Aurevilly